12 de agosto de 2020
Hace 214 años, más precisamente el 12 de agosto de 1806 una milicia popular de 8 mil hombres logra derrotar a la potencia militar más poderosa del mundo en su intento de expandir su dominio imperial y depredar nuevos territorios y pueblos a costa de capitalizar y globalizar su revolución industrial. Este evento, sumado a la batalla de Trafalgar, es un punto clave para el futuro del territorio rioplatense y su pueblo, y trae consigo una profundización en el conflicto (lucha y dialéctica) de clases, Estados e imperios en el vasto territorio del Virreinato del Río de La Plata.
por Juan Edelmiro
En un contexto de guerra comercial que enfrenta al Imperio británico contra el Imperio francés, comandado por Napoleón Bonaparte que controlaba Europa y embargaba a los británicos impidiéndoles comerciar con el continente; los mares se transforman en un campo de disputa entre el Imperio británico y el Imperio español.
España, aliado de Francia, lucha con las pocas fuerzas navales que le quedan por mantener el control de sus mares ante el auge industrial y productivo británico que busca establecer nuevos puertos francos para poder comerciar. Y es que tras la derrota de Trafalgar la flota española quedó severamente dañada, esto afectó directamente a la comunicación entre la península y la américa española, y con ello, la protección de sus mares, teniendo en cuenta las delimitaciones marítimas en las cuales las mayores potencias imperiales ejercían control absoluto sobre mares enteros (mare clausum) monopolizando el comercio. Por supuesto esto era un obstáculo para los intereses británicos, que pretendía romper el mare clausum del imperio español —vigente desde el tratado de Tordesillas— e imponer en su lugar el principio de mare liberum (mares liberados) en los cuales expandir su comercio por mar.
Esa sucesión de hechos fueron determinantes para la (posterior) caída del Imperio español, las guerras civiles en Hispanoamérica, la penetración del imperio británico en ese largo proceso y el desarrollo del capitalismo a escala universal. Una de sus primeras acciones fueron las invasiones al Río de La Plata, cuando un contingente británico de 1.000 hombres al mando de William Beresford partió desde Sudáfrica hacia nuestras tierras y que, pese a la superioridad anglosajona en mar, culminaron inusitadamente en una derrota terrestre por parte del pueblo porteño y su heroica resistencia ante los invasores.
La oligarquía porteña ante la invasión
Pero no todos los porteños resistieron. Pese a que la respuesta popular ante la invasión demostraría ser tajante, hubo un pequeño pero poderoso sector de la sociedad que no dudó en recibir y agasajar al invasor; esta no fue otra que la oligarquía porteña, que fiel a su tradición cosmopolita y apátrida juró lealtad a la nueva autoridad. El concepto de "libre comercio" como lo comprendía el imperio británico era plenamente compatible con los intereses de aquellos contrabandistas porteños que consolidaron sus privilegios con el reglamento de libre comercio de 1778 pero cuyas ambiciones eran mayores que comerciar solamente con la península.
En contraposición a la oligarquía porteña, el pueblo, que sentía la presencia inglesa como una amenaza a sus costumbres, tradiciones e intereses comunes, comprendiendo que el objetivo británico no era otro que convertir a Buenos Aires en una colonia exportadora de materias primas a menor costo; no dudaron en oponer resistencia al nuevo poder.
Sectores de la burguesía española y criolla junto a los sectores más populares se reunieron clandestinamente y empezaron a organizar milicias populares a cargo de Martín de Álzaga y Santiago de Liniers para dar una lucha efectiva contra los británicos. De esos 8.000 voluntarios, más de la mitad, 5.000, eran criollos. Cabe destacar que Martín de Álzaga era un rico comerciante español que contrario a la oligarquía porteña, veía al decreto de libre comercio promulgada por la nueva autoridad colonial británica como una amenaza a sus intereses. Esta paradoja es una evidente muestra de dialéctica de clases, puesto que incluso dentro de una misma clase existen contradicciones y luchas entre sí.
Tras la victoria de las milicias populares sobre las tropas de Beresford se esperaba un nuevo contingente británico tarde o temprano. Ante esta amenaza inminente se convoca a un cabildo abierto, se depone a Sobremonte como Virrey y en su lugar se elige a Liniers, se reorganizan las milicias y se "profesionalizan" para la defensa de Buenos Aires en todo momento.
El contingente llegó menos de un año después, en julio de 1807. Las fuerzas británicas que esta vez contaban con más de 11.000 hombres, superaban en número a las milicias rioplatenses. Pese a esto, luego de enfrentamientos poco fructíferos para las milicias, los vecinos de la Plaza Miserere aún desarmados lucharon con lo que tenían a mano para expulsar a los británicos.
La derrota militar, la victoria geopolítica
La invasión resultó en un fracaso rotundo en lo militar gracias a la heroica y contundente reacción del pueblo del virreinato que se rehusaba a ser sometida por la depredación colonial británica. Pero la derrota no significaría para los británicos la claudicación a la idea de dominación económica, cultural y política. Aún pese a no haber alcanzado el objetivo de dominar a la fuerza y establecer una colonia de iure sobre nuestro territorio, la penetración de las ideas de libre comercio, las revoluciones hispanoamericanas ya se estaban gestando, su injerencia en este proceso y en el desmembramiento del Imperio español terminaron con el imperio británico como gran vencedor y su dominación se concretó de facto. Ya no había necesidad de imponer por la fuerza puertos francos dependientes del imperio británico, solo bastaba con aliarse con la burguesía cosmopolita triunfante del nuevo Estado amigo para establecer ese dominio y dependencia a través de la exportación de materias primas y de paso impedir su desarrollo industrial para que no surja una competencia. A lo que cabría preguntarnos, ¿el proceso de "emancipación e independencia" quedó inconcluso o las condiciones fueron creadas desde afuera por un Imperio mayor para que fuera así?
La historia es constante. Así como las revoluciones derrocan viejos regímenes y elevan nuevos órdenes y ascienden una clase por sobre otra; lo propio sucede con los Estados y los imperios. Unos se imponen y ejercen dominio sobre otros Estados menores.
Aún por mucho que el imperio español intentara retrasar el derrumbe del período mercantilista, el avance de las fuerzas productivas es incesante. Con el nacimiento de nuevas relaciones de producción, la clase más avanzada y revolucionaria se termina imponiendo sobre la que ya ha quedado anticuada y el progreso se abre paso inevitablemente. El imperio español pudo retrasar un poco más la llegada de lo inevitable pero, al no revolucionarse, el costo a pagar fue su propia caída. El imperio británico en cambio se impuso como potencia mundial controlando los cinco mares, los cinco continentes y consigo puso su sello en el desarrollo del nuevo modo de producción capitalista y su absoluto monopolio.
Es ese proceso, poblado de contradicciones, donde se va gestando el triunfo de las concepciones liberales, ligadas al progreso económico y el desarrollo capitalista, todas ellas íntimamente relacionadas al protestantismo anglosajón y su cosmovisión.
Y es a su vez, producto de esta dialéctica de clases y de Estados, que dicho desarrollo capitalista adquiere paulatinamente un carácter profundamente dependiente del imperialismo británico, y solo cuando este entró en decadencia fue relevado por los Estados Unidos. Al igual que no se puede entender la historia de Estados Unidos y su depredación capitalista sin entender al Imperio británico —su gestante— no se puede entender la historia de las Provincias Unidas del Río de la Plata sin el Imperio español, ni se puede entender nuestra historia como Nación Argentina sin la experiencia de las Provincias Unidas y la contradicción entre el Imperio español y la intervención e influencia británica.
No es casualidad que el liberalismo cosmopolita y apátrida de nuestros días esboce el argumento contrafáctico de que “si hubiéramos sido colonia británica, hoy hubiéramos sido Australia”. Los esbirros anglófilos han escrito la historia oficial, el relato mitrista liberal. Lo han hecho porque en la práctica el imperio británico se impuso y su influencia tras el desmembramiento del Imperio español brotó con gran fuerza porque tuvo la oportunidad y el poder de hacerlo. Todo imperio necesita una gran propaganda, una leyenda rosa para glorificarse y una leyenda negra para sus enemigos. La burguesía nacional ha adherido a este mito junto a la leyenda negra hispanófoba. Nuestra tarea como comunistas es luchar contra esas ideas reaccionarias, liberales y cosmopolitas, buscar la verdad en los hechos y someter a análisis la historia desde una perspectiva materialista.
Debemos estudiar la historia de nuestra patria, incluso desde antes de su conformación como tal para entender quienes somos, entender el presente y actuar de acuerdo al conocimiento adquirido para transformar el futuro con el marxismo-leninismo como guía —y el materialismo como herramienta de análisis—, adaptándolo a nuestras condiciones materiales concretas, las de nuestro pueblo y nuestra Patria. La lucha de clases, Estados e imperios es una constante.
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